Y quería ser como Dolores Haze, después de devorar página a página a Nabokov, me sentía su musa inspiradora, la Annabel Lee de Poe.
Es que ese amor por los hombres mayores se me hacía familiar, una atracción fatalmente enfermiza hacia mi padre, quizá sus ideales y la más que obsesiva fijación mi profe de Lenguaje, el primero y quizá el único en leer aquellas aventuras mínimas en el mundo del erotismo poco conocido para mí.
Realmente me sentía atraída por lo imposible, más que nada quería ser distinta, me sentía seductora bajo el uniforme de colegio poco atractivo, yo era más bien inteligente, un poco culta, pero no puta, eso sí, quería serlo, en mi fuero interno soñaba con ser esa alumna que tenía una relación bizarra con su profe, la que tenía un lazo oculto, quizás lo tenía.
Por eso digo, yo era la Lolita de aquellos días, la ninfula nunca descubierta, porque me sentía como tal, claro que con el tiempo lo he comprendido, y fui perdiendo la esencia… eso Creo.
No soñé con fugarme de casa y recorrer el país en busca de moteles y aventuras sexuales, pero si, con ser única en la vida de alguien.
¿Una ninfula?
Y Para variar aquellos humo coloridos, que no vienen de un cigarrilo se meten en mi cabeza, se suben, como se dice, bien altos, salí del aeropuerto.
Pero claro yo no era Li, sencillamente Li, por la mañana, cuando estaba cabizbaja y pasando por alto mi metro sesenta, sobre un pie y enfundado en un calcetín. No era Liencita, cuando llevaba puestos los pantalones. No era Lienzah, en la escuela. Si era Lien Ale cuando firmaba. Pero en los brazos de alguien, no tuve sobrenombre, nunca estuve en los brazos de alguno de ellos.
Me gustaría poder inspirar un libro, una frase, ser como una de Ellas, ninfulas reales, que fueron inmortalizadas por sentimientos inexplicables.
Después de todo, No soy ni Lolita, ni Annabel Lee.
Los Ángeles no envidian nuestro Amor.
Nabokov.
Poe.