En aquella esquina, donde durmió cada una de las noches de su perra vida, yacía dormido una vez más, ahora eternamente.
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Sobre la calle desierta de tristeza yacía el frágil cuerpo de un perro, carente de vida, pero aun se podía escuchar el llanto de dolor de sus compinches.
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Por la noche, después de ir en busca de comida a los basureros, fue arroyada, una perra, y con el último esfuerzo de su vida, se dirigió al desolado Callejón.
Y en el silencio de la oscura noche, se hacía cada vez más intenso el débil aullido de cachorros hambrientos.
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Feliz por fin de encontrar a su amo, corrió a la calle a enterrar el hueso que este le había dado.
Uno mucho más grande y puro, lo hizo perder un ojo, tiempo después en una situación similar perdió sus dos patas traseras.
Con la vejez sus patas delanteras.
Y la nueva mascota de los niños, de un mordisco le arrancó la cabeza.
Aun así con su cuerpo desmembrado, el seguía moviendo la cola con felicidad y fidelidad a diario a su amo.